Es cada vez más común y generalizado escuchar, que cuando uno ha cumplido lo que vino a hacer a este mundo, se va. Esto me hace reflexionar sobre el sentido de la vida, sobre nuestro quehacer, sobre la existencia de nuestra misión. Incluso me pregunto: ¿cuándo termina mi misión? ¿A qué he venido realmente? Parece que lo más importante no es cuantos años o meses u horas vivamos, sino lo que venimos a aprender para nosotros o para enseñar a otros. Y cuando hablo de nosotros, de mí, hablo de algo trascendental: el alma es por ello, que cuando perdemos a un ser amado, querido, esencial, no tenemos capacidad para entender ni aceptar que su misión en esta vida ha finalizado. Y por supuesto, no sirve de nada pensar que es injusto, que no era su momento.
Somos los que aún seguimos vivos en esta tierra, los que tendremos que encontrarle un significado al dolor, para que no nos quedemos atrapados en él perdiendo de vista nuestra tarea. Pero, para poder entender los múltiples sentidos de las experiencias, tendremos que tener paciencia. Primero, con nosotros mismos. En ningún lado está escrito cómo tenemos que transitar nuestro duelo. Es personal y único. Y pretender encasillarlo para comodidad de otros no hará sino prolongar indefinidamente el sufrimiento y estancarnos en una espiral de la que nos costará salir. Será necesario que nos apoyemos en las personas que nos quieren, como si fuésemos niños otra vez. Los necesitaremos para transitar confiados este sendero desconocido, este camino misterioso que tarde o temprano todos tendremos que atravesar. Cuando uno atraviesa en profundidad un duelo es como si volviera a nacer. Nos parece haber atravesado un canal de parto oscuro, resbaladizo, en el que nos sentimos comprimidos, asustados. En el que por momentos no podemos ver la luz al final del túnel. Pero un día sacamos la cabeza, vemos al sol, otras caras nos sonríen. Nos damos cuenta de que no estamos solos. Que no somos los únicos seres en el universo que han sufrido una pérdida. Y, lo más importante, que nuestros seres queridos que murieron siguen viviendo en nuestro corazón. Y el mejor homenaje que tal vez podamos hacerles es vivir nuestra vida plenamente. Agradecidos por el tiempo que los tuvimos junto a nosotros y confiados en que volveremos a estar juntos otra vez…Un abrazo desde el alma.
Autora: Eugenia Leonor Varea